Artistas invisibles

En la construcción del relato de la historia del arte argentino, las artistas mujeres fueron fugadas de las estructuras dominantes de la institución arte. No porque no hayan existido grandes artistas sino porque el aparato institucional desde sus orígenes se rigió por parámetros estrictamente patriarcales.

 

En unos casos, las mujeres funcionaron como las musas de inspiración de los artistas hombres o como modelos para una representación idealizada del universo femenino ligado al deseo y al placer, y se convirtieron en objetos de contemplación. En otros casos, la mujer fue sentenciada al ámbito de lo doméstico, al hogar, al cuidado de sus hijos.

 

Se naturalizó el universo femenino como dependiente de un interior doméstico y domesticado por patrones masculinos, acompañado de códigos morales como la decencia, las buenas costumbres, el decoro; mientras que la calle se reservó para los asuntos de los hombres.

 

Este borramiento de la categoría de mujer como un todo (la mujer del ámbito doméstico y la del ámbito mundano), constituyó la pauta alrededor de la cual se estructuró el universo femenino hasta las últimas décadas del siglo XX. Asimismo, ellas representaron el lugar de la diferencia, la minoría, la otredad, la debilidad, la obediencia y la subordinación a una coyuntura social de la cual formaron parte pero no colaboraron en su conformación.

 

Por ello, durante siglos, la mujer que quiso correrse de los patrones estructurales ocupó el lugar de la resistencia, de lo subalterno, de las reivindicaciones de derechos alienados, de lo disruptivo, de la ruptura de modelos establecidos, de lo subversivo, lo insurrecto, accionando colectivamente para existir en una sociedad que no fue equitativa ni justa con ellas.

 

En la Argentina, a diferencia de los países centrales, el largo proceso militar y la ausencia de una democracia política real durante el siglo veinte, silenció a las artistas no sólo por ser mujeres sino por no coincidir ideológicamente con las constantes dictaduras o por no adherir a los proyectos políticos de turno.

 

Por esos años, el feminismo llamado esencialista fue activista y apasionado y se concentró en modificar la historia del arte. El arte posterior a los sesenta y setenta, se arraigó en debates alrededor del marxismo y el psicoanálisis. Sin embargo, ambas tendencias acabaron convirtiéndose en un binarismo de género que no hizo más que acentuar la polarización del debate.

 

Por eso, es necesario superar las cuestiones de género, clase, la condición social, para optar por un enfoque que se aleje de los estereotipos, las clasificaciones, las definiciones deterministas, para acercarse más a las producciones; sin importar si fueron mujeres, hombres, transexuales, lesbianas, homosexuales, heterosexuales, pobres, ricos, políticos, abogados, negros, judíos, católicos, musulmanes, hombres blancos, aborígenes, etc.

 

En esta sección se buscará rescatar y dar visibilidad a las mujeres artistas para poder emprender una mirada global del arte, que se centre en la producciones expresivas y no en el género ni en la elección sexual. Las polaridades y binarismos difícilmente conduzcan a un debate amplio y generoso en términos de inclusión. El arte debería nadar siempre en las aguas de la diversidad. Ojalá la abolición de las tendencias polares sea una meta posible.